"España, aparta de mí este plástico" por Rebeca Diz.

Artículo de la sección "Opinión" del semanario "Hildebrandt en sus trece" N° 149.


España, aparta de mí este plástico


En España nos la creímos. A finales de la década de los 80 éramos "el fenómeno europeo" o eso nos dijeron. Para 1990 en la península ibérica ya pocos dudábamos de que aquella bonanza sería eterna. Y al entrar el nuevo milenio éramos, sin lugar a dudas, la envidia del viejo continente, el modelo a seguir, en resumen, la última chupada del mango. Y los españoles que preferíamos ser el culo de Europa antes que la cabeza de África, nos tragamos el cuentazo mientras que los guionistas se frotaban las manos.

Cuando en 1986, Felipe González, el presidente español del Partido Socialista, iniciaba su segundo mandato, reinaba el optimismo y mandaba el mercado. Bajo la atenta mirada de Alemania y con el beneplácito de Francia, el exabogado laboralista andaluz vendió todo lo vendible y dejó a España sin el sello made in Spain. Entre 1986 y 1990 el PSOE se deshizo de 50 empresas: Seat, Viajes, Marsans, Pamessa y Motores MDB son sólo un minúsculo ejemplo. El 1996, el ultraliberalismo confeso de José María Aznar remató la faena iniciada por el ultraliberal encubierto de su antecesor con las privatizaciones de Telefónica, Edelnor, Ence, Repsol y Endesa.

Lo decían los estadistas, las encuestadoras y hasta los más reputados economistas: la globalización era imparable, el capitalismo había tirado todos los muros y la clase media se empoderaba. ¡España va bien!, lo gritaban los de derechas y lo demostraban los de izquierdas. Y para que no quedaran dudas Alfonso Guerra desapareció de la foto y Felipe González se paseó en yate por la costa francesa.

Hasta los españoles más reacios se rindieron. Y la felicidad tuvo desde entonces un nuevo domicilio: bolsillo derecho, Jirón Al Alcance de Cualquiera, sin número. Inconvenientes, imprevistos y demás desaguisados económicos se zanjaban a golpe de plástico (8.50 cm de largo por 5.3 cm de alto). Para los casos más difíciles, los que cobraban un salario basura o vivían en el desempleo intermitente, estaban las cómodas cuotas con bajos intereses que ofrecían los grandes almacenes, primero, y el pequeño comercio, después. A eso le llamaron bonanza económica y crecía imparable al mismo ritmo que se expandía el orgullo español que para fines de los 90 había alcanzado cotas insospechadas: ¡"Como en España, en ningún sitio"!, gritaban los de Alcobendas y aplaudían los de Triana al son del tac-tac de las castañuelas riojanas.

Entonces los bancos se multiplicaron, las cajas de ahorro proliferaron y la banca española se cotizaba al alza en lo mejorcito de las agencias crediticias (Standard & Poor's y Compañía). Que te querías ir de vacaciones y no te alcanzaba, el Banco Popular te mandaba a Cuba y a pagarlo en 12 cuotas. Que querías carro nuevo y el salario ya no te daba, Caixanova te lo solucionaba. Que si el matri, el depa, los muebles, los artefactos y la vaina, para eso estaba La Caixa de Galicia, la Caja Duero o el BBVA con sus hipotecas, sus "bajísimos intereses" y la renegociación del crédito si hiciera falta, que era casi siempre. La cima de la felicidad se alcanzaba el día que, rondando los 35, estampabas tu firma en el contrato de una deuda que te perseguiría las tres próximas décadas.

Prueba vigente de ello son los 258 desahucios diarios que se ejecutan en la madre patria; las interminables colas a las puertas de Cáritas y los varios de cientos de miles de compatriotas que ya han metido en la maleta el orgullo español (que al final no era tan grande) y han salido a buscar fortuna fuera del terruño. La cuota fúnebre viene a cargo de los suicidas acosados por las deudas.

El 12 de febrero pasado Pedro esperó en la calle la llegada del cartero. "Espero malas noticias", le comentó a su vecino de toda la vida durante una breve conversación en el portal de un edificio de Mallorca. En la tarde, su hijo lo encontró muerto en la cama. Al lado del cuerpo de Pedro Taberner estaba el de Jovita Rovira, su mujer. Él tenía 68 años y ella 67. Sobre el colchón, junto a los cuerpos, la Guardia Civil encontró los blísteres de las pastillas que les sobraron, una breve despedida dirigida a sus dos hijos y el sobre con la orden de desahucio, programado para el 19 de febrero, que les había entregado el cartero por la mañana. El suicidio de Pedro y Jovita conmocionó España durante 48 horas. No alcanzó para más.

¡Indignaos!, pidió Stéphane Hessel (pensador francés) en su último manifiesto. Acostumbrados a hipotecarse para ser felices, algún español despistado, probablemente gallego, preguntó: ¿Aceptan tarjeta para comprar indignación?

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