Artículo de la sección MATICES del semanario "Hildebrandt en sus trece" N° 382.
Carta abierta al Presidente
Lima, 2 de febrero del 2018
Señor Presidente Constitucional de la República
Don Pedro Pablo Kuczynski:
Usted, señor Presidente, impidió, con su angustioso triunfo electoral, que el Perú cayese en manos de la organización que, más allá de matices y escaramuzas consanguíneas, es heredera de Alberto Fujimori y sus métodos. Usted fue la trémula opción que el país se inventó como una urgencia con tal de no ver al fujimorismo, otra vez, secuestrando a las instituciones y ejerciendo la infamia desde el poder.
Usted, en suma, señor Presidente, nos salvó. Eso merece nuestra gratitud.
Es cierto que la organización de vocación criminal que preside Keiko Fujimori se hizo con el Congreso, pero eso fue consecuencia de una tarada ley electoral que convierte a las minorías relativas en mayorías absolutas y que, al desfasar la primera de la segunda vuelta, produce situaciones como las que hemos vivido durante estos últimos meses.
Lo cierto, señor Presidente, es que usted recibió un impecable mandato popular que lo obligaba a enfrentar a la mafia fujimorista que había derrotado con los votos de la gente (¿recuerda los votos del sur, Excelencia?).
Pero usted tomó otro camino. Usted se entregó, sin que nadie lo exigiera, sin que las circunstancias lo demandaran, a la indigna tarea de congraciarse con el partido que ni siquiera había reconocido su triunfo y que mostró, desde un principio, la voluntad de sabotear su gobierno sin medir consecuencias.
Entregó usted la SUNAT al partido cuyo fundador y líder vitalicio llevaba millones de dólares en costales a Palacio de Gobierno. Nombró usted como directores del Banco Central de Reserva a José Chlimper, el ministro de Fujimori que dictó una ley para favorecerse a sí mismo y que años más tarde falsificó un audio para limpiar a su jefa, y a Rafael Rey, el todoterreno del oportunismo con denominación de origen fujimorista. Desde esa misma pusilanimidad, usted, señor Presidente, cedió en el asunto del Defensor del Pueblo.
Es tiempo de que alguien le diga, señor Presidente, lo que sentimos muchos cuando lo vimos arrastrarse ante el fujimorismo. Sentimos vergüenza. Y la sentimos doblemente cuando el señor Zavala hacía malabares para sonreír cada vez que la bancada de los Marcenaro y los Siura reencarnados bloqueaba proyectos que el Ejecutivo, y el país, consideraban importantes.
El Congreso mandaba.El Congreso gobernaba. El Congreso dictaba la agenda política. Y usted, señor Presidente, quería hacernos creer que su debilidad era señal de tolerancia y de afán negociador.
Usted no negociaba nada. Se dejaba arrastrar por la maquinaria fujimorista. Y eso se vio agudamente cuando usted dejó solo al ministro de Educación censurado y cuando tramó la renuncia del ministro Vizcarra, a punto de ser censurado por insistir en un proyecto en el que usted, internamente, había insistido.
Fingía usted gobernar rodeado de una tecnocraciasalida de las revistas de páginas sociales. Y lo hacía dándole la espalda a la gente que lo llevó al poder y al partido del que se sirvió cuando de hacer la campaña se trataba.
Ahora es usted aliado de una facción fujimorista que propone la gobernabilidad a partir de diez asientos en el Congreso. Frente a esa bancada, en la que las luces no abundan, están las que están preparando la segunda ola por la vacancia presidencial.
La verdad es que esa opción, que parecía descartada con la votación de diciembre, parece ahora más creíble que nunca. Y no porque el fujimorismo rencoroso esté detrás de ella sino porque se ha extendido una conciencia nacional, señor Presidente, que lo descalifica para continuar al mando del país.
La mayor parte de los peruanos -un 80% según la interpretación que hagamos de las últimas encuestas- desaprueba lo que usted hace, señor Presidente. Mejor digámoslo así: un 80% de peruanos es consciente de que usted no hace nada relevante. Para ese amplio sector, señor Presidente, usted es una nulidad.
Y es cierto que usted es una nulidad. Secuestrado por la frivolidad, sin rumbo, sin programa, sin carácter, sin metas ni sueños que cumplir, es usted un Presidente superfluo, un mandatario de oropel, un líder de cartón prensado.
Y es usted, fundamentalmente, un obstáculo para que lleguemos al 2021 en democracia. ¿O alguien puede imaginar que el desborde social que nos amenaza podrá ser enfrentado por usted y el equipo de vagos y aprendices de políticos que lo rodea? ¿Queremos un país en anarquía llegando a su bicentenario?
Por todas estas razones le pido a usted, señor Presidente, con la más absoluta humildad, que renuncie al cargo. Hágalo antes de que el cúmulo de revelaciones sobre sus turbios negocios le permita al fujimorismo tramar una nueva vacancia y salir, esta vez, triunfante.
Nos salvó usted del fujimorismo. Sálvenos ahora de usted mismo, señor. Que Martín Vizcarra asuma su cargo, tal como la Constitución lo ordena. Ningún gobierno, a excepción de uno en manos de los Becerril y los Salaverry, podrá ser peor que el suyo.
Renuncie de una vez, señor Presidente. Hágalo por el país que dice amar.
Muy atentamente,
César Hildebrandt.