Por qué estoy con los caviares
Estoy con los caviares porque siempre serán mejores que los coyotes que se les enfrentan. Porque no está mal pensar en la justicia social y, por la noche, tomarse un buen vino. No es un pecado tener una vida decente y desear que los demás también la puedan tener.
El pecado es tener una vida decente y creer que los infelices que no la tienen se la han merecido por flojos, brutos, sucios e ignorantes.
Puede uno escuchar una ópera y aspirar a un mundo en el que escuchar una sea un fenómeno de masas.
¿Ingenuidad? Prefiero la ingenuidad a la lógica de los depredadores.
Tener simpatía por los abusados y las causas aparentemente perdidas: eso es caviarismo militante. Leer a Carson McCullers tirado en una cama: eso es caviarismo en reposo.
Lo que es de pésimo gusto es creer que los privilegios basados en la explotación de las personas y de los recursos deben ser defendidos a balazos. Y eso es lo que piensan los coyotes que odian a los caviares.
Pensar en la igualdad no es imaginar en mundo monocolor. Es pensar, casi cristianamente, que todos tenemos derechos y que la condena de la pobreza no la impuso el destino ni Dios ni el estricto azar sino que proviene de corregibles defectos del sistema social. Eso es caviarismo en su más pura esencia.
Viva el caviarismo que reflexiona sobre lo que pasaría si el mundo invirtiera la décima parte de lo que gasta en armas en aliviar las consecuencias de las hambrunas. Viva el caviarismo que agita el tema del calentamiento global, negado por las petroleras y sus matones escribidores.
Neruda era caviar.
Tchaikovsky era caviar.
Picasso era caviar.
Arthur Niller era caviar.
Flaubert fue jefe de caviares.
Cortázar era caviar.
Susan Sontag era caviar.
Sartre era ultracaviar.
William Faulkner era caviar.
Antonio Machado era caviar.
Bertrand Russell era caviar.
Diego Rivera era caviar.
Camus fue un gran caviar.
Carlos Monsiváis era caviar.
García Márquez es caviar.
Umberto Eco es caviar.
Por algo será.
No se necesita contraer una ideología insidiosa para alejarse de los chillidos de la derecha. Basta tener buen gusto.
¿Quién puede leer sin sentir naúseas a quienes defienden los intereses del dinero y del poder fáctico empleando un lenguaje rebuscado que pretende haber sido extraído de las ciencias exactas?
Ellos no son caviares. Son voceros.
Conozco conservadores respetabilísimos. Pero son una minoría perseguida. La mayoría no ha aprendido la lección y ha vuelto a las peores andadas. Esta mayoría es la derecha pura y dura.
Y habrá siempre un vaho de vulgaridad en la derecha: un toro desangrado en una plaza llena, un eructo macho, una planilla negra, un denuncio de tierras en propiedad comunal.
Ser caviar no tiene nada de malo. Vivir esforzadamente bien y querer que todos los humanos sean dignos de esos estándares no es algo que deba avergonzar a nadie. Lo vergonzoso es darse la gran vida y estar en una cetácea sobremesa donde el tema crucial es cómo hacer negocios rápidos con los chinos.
Caviares del Perú: abandonen su discreción, griten su membresía, sorprendan a quienes los odian. En una palabra: ¡uníos!
8 comentarios:
Muy buen artículo, gracias por publicar esa columna de César Hildebrandt, ya que en la página web de su semanario, aparece resumida.
Gracias por el artículo, lo estuve buscando mucho.
Gracias por compartir el artículo de Cesar Hildebrandt, uno de los grandes peruanos de nuestro tiempo.
XSS
XSS
El buen Quijote que ataca al molino de viento (Qué heroísmo hay en ver un molino y no un gigante!). Son reparar que del molino sale la harina para el pan.
Los caviares son gran peligro para los hambrientos.
Excelente descripción de lo que es un "caviar". Ahora, todo aquel que dice caviar en tono despectivo, entenderá que está equivocado!.
Clarísimo..., los coyotes seguirán aullando!!!
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