"¿La más noble de las profesiones?" por César Hildebrandt

Artículo de la sección MATICES del semanario "Hildebrandt en sus trece" N° 108.

¿La más noble de las profesiones?

Las dictaduras desaparecen la libertad de prensa. Pero en las dictaduras la prensa no desaparece. Hay periodistas que, de rodillas, sirven a los propósitos de esos regímenes.

Frente a un Pedro Joaquín Chamorro, asesinado por orden de los Somoza, hubo miles de periodistas sin escrúpulos que, en Nicaragua o en Miami, defendieron a esa dinastía purulenta.

En los 70 años del gobierno del PRI, en México, ya no fueron miles sino cientos de miles los que, desde la prensa escrita, la radio y la televisión, abogaron con su silencio o su complicidad ese estado de cosas que alcanzó su esplendor delictivo con el gobierno de Carlos Salinas de Gortari.

En el Chile de Pinochet a los decentes los mataron o los empujaron al agónico exilio. Pero allí quedaron, para el asco, los periodistas que, como los de "Ercilla" o "El Mercurio", se embarraron protegiendo a torturadores y asesinos y se solazaron con la desdicha de los derrotados. Todos ellos son miembros natos de la SIP, ese club pomposo de empresarios preocupados por la publicidad, las inversiones, la estabilidad y la anuencia adormilada de sus lectores.

¿Cuántos periodistas militantes necesitaron Mao, Ceaucescu, Stalin para crear la realidad paralela con la que ocultaron sus crímenes y atontaron a la gente que decían representar? ¿Cuántos requirió Teodoro Roosevelt para inventar la guerra con España por el botín de cuba? ¿Y cuántos periodistas batistianos de bolsillo y pluma defendieron a ese rufián? ¿Y cuántos llegarán a ser los periodistas que en la Cuba de hoy siguen mintiendo desde el monopólico "Granma" o la cacofónica televisión estatal?

¿Y con cuántos cuenta el lobby pro Israel que, en todo el mundo, pretende decir que la culpa de todo la tienen los palestinos, a los que se les sigue arrebatando la vida, los derechos, el territorio, el agua?

¿Sigo? Muy bien. Sigamos un poco más. Aterricemos en nuestras coordenadas.

¿Qué hizo "El Comercio" cuando Odría perseguía literalmente a muerte a los apristas? Aplaudía. ¿Y qué había hecho cuando Sánchez Cerro los fusiló? Festejó. ¿Y qué dijo "La Prensa", de Lima, cuando la CIA derrocó a Jacobo Arbenz en Guatemala? Bien sencillo: Que comprendía el uso de la fuerza cuando de luchar contra el comunismo se trataba. Del mismo modo que un año antes, en 1953, había entendido el golpe de Estado en Irán, tramado por la CIA y la inteligencia británica.

¿Y nuestros ancestros más ilustres? Manuel Atanasio Fuentes, El Murciélago, fue un fabricante de calumnias y un traidor durante la ocupación de Lima de 1881. El gran Alfonso Tealdo fue un apologista, en 1938, del eje Berlín-Roma-Tokio. Más allá de sus indiscutibles méritos sindicales, Genaro Carnero Checa fue uno de los favoritos del dictador coreano Kim Il Sung, que le impuso una condecoración especial. Raúl Villarán, el genial, se iba de putas cuando salía del periódico y se iba de putas cuando regresaba. Pero fue, en todo caso, el más alucinado, el más intoxicado y el mejor.

Vayamos a tiempos más actuales. ¿Dónde estaban los Fritz Du Bois cuando Fujimori hacía lo que hizo? Algunos, como él, hacían negocios desde el Estado. Otros, sencillamente, se callaron por miedo. Otros proclamaron su inocencia cuando el régimen cayó y aparecieron, recién lavados como un boy scout, a decirnos quiénes debían ser los malos y quiénes los buenos.

No olvidemos que los ductos de porquería manejados desde el SIN -los Bresani, los Olaya, algún Borja y un ejército de compadritos- fueron rugiente e innegable parte de nuestra prensa. Y que algún encumbrado magnate de hoy solía hablar de geopolítica con un Montesinos que fingía ser Metternich mientras su interlocutor hacía de Francisco I.

En resumen, amo el periodismo pero no me trago el cuento ese de que el coleguismo automático debe prevalecer sobre la verdad. Admiro a algunos periodistas -de aquí y de allá- pero no acepto las respuestas corporativas e hipócritas cada vez que el Poder Judicial hace su trabajo o cuando alguien, comprensiblemente, reacciona ante la vileza de algunos papeles y videos.

De igual modo, no creo que la libertad de expresión sea una preocupación de la familia Azcárraga, en México, ni de la Confiep, en Perú, ni de Hugo Chávez, en Venezuela, ni del complejo industrial-militar de los Estados Unidos.

La libertad de expresión es Chomsky diciendo lo que el sistema mundial de dominación y lobotomización reprueba. Libertad de expresión son los tuiteros sirios resistiendo. O las Damas de Blanco desfilando. Libertad de expresión es un valiente en cualquier parte del mundo gritando una verdad incómoda. Libertad de expresión es Wikileaks, Papeles del Pentágono, Woodward y Bernstein, descubrimiento de los crímenes de La Cantuta, investigaciones de la prensa mexicana en torno a los carteles de la droga. Libertad de expresión trágica y gloriosa es la de los periodistas valerosos muertos en Kabul, Islamabad, Ciudad Juárez.

Hay algo tenso, temerario y quizá épico en el asunto de la libertad. La libertad no consiste en pensar lo mismo que piensan los que mandan. Eso es ecolalia, redundancia a destajo. La libertad no es cometer un delito y luego esconderse detrás de un holding empresarial convertido en madriguera. Ni pertenecer a ocho directorios de grandes empresas y vigilar que el diario que se dirige no se vaya a meter con ninguna de ellas ni con sus vastos "derivados". Que le cuenten a Perrault ese cuento. Que le canten a Gardel esa tonada.

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